Las prostitutas rusas son muy limpias

La prostitución es uno de los temas que más páginas ha ocupado en la prensa soviética de los últimos meses. El fenómeno, que ya existía en esta sociedad supuestamente conservadora y puritana, ha cobrado «auge» en los tiempos de la liberación y la «perestroika». Multitud de soviéticos intentan justificar esta práctica diciendo que se trata de un capítulo más dentro de una situación general de «degradación moral importada de Occidente». Sin embargo, uno de los factores que mejor explican el rápido aumento de la prostitución son los altos dividendos que se obtienen con su ejercicio.

Una prostituta de élite en ciudades como Moscú o Leningrado puede llegar a conseguir unos 30.000 rublos anuales (6 millones de pesetas). El sueldo medio en la URSS gira alrededor de los 3.000 rublos. Esta cifra constituye sólo una cuarta parte del «sueldo» verdadero. Hay que tener en cuenta que el resto va destinado a sobornos, honorarios del médico e «impuestos» para el «intermediario». Los ciudadanos soviéticos tienen prohibida la entrada a los hoteles donde viven los extranjeros, pero pagando una módica suma al portero se puede conseguir entrar sin ser molestado. En una mesa redonda televisada hace unos meses se preguntó a un grupo de escolares de 16 y 17 años lo que pensaban de la prostitución. La mayoría respondió que era «una forma más de ganarse la vida». Hubo incluso quien no ocultó su admiración por quienes viven en «magníficas dachas» (casas de campo) y visten a la última moda. El semanario soviético Smiena, en un artículo publicado recientemente, clasifica a las prostitutas soviéticas en tres categorías.


«De élite», que son las que cobran en divisas extranjeras y que se encuentran fundamentalmente en los hoteles de Intourist (organización soviética dedicada al turismo extranjero). De segunda clase: chicas jóvenes no profesionales que se conforman con ser pagadas en rublos o con algún regalo (se encuentran en restaurantes y cafés). Las de tercera clase, de más edad, cuyos clientes suelen ser camioneros y visitantes de las grandes ciudades procedentes de las provincias. La pertenencia a una u otra categoría, al menos a las dos primeras, no va en función, como sucede en Occidente, de la edad, el nivel cultural, o los encantos personales de de la señorita en cuestión. En la segunda clasificación se encuentran las más jovenes y bellas. Todo depende de la capacidad que se tenga para introducirse en los círculos que facilitan el acceso a los hoteles. Para lo cual deberán sobornar a muchas personas: porteros, encargados de seguridad y miembros de la dirección del hotel.

La prostitución es admirada por parte de las adolescentes soviéticas. El diario Komsomolskaya Pravda relataba que una prostituta detenida por la milicia (Policía soviética), pedía encarecidamente que no se informase de su actividad para que las chicas de la empresa no fueran a su departamento para pedirle que las llevara con ella a ligar «aunque sólo sea una vez». Hasta el año pasado, la URSS carecía de legislación para penar la prostitución, pues oficialmente ésta no existía. La milicia, no obstante, detenía a las prostitutas acusándolas de poseer divisas extranjeras (prohibido en la URSS para los soviéticos) o de haber entrado ilegalmente en algún hotel. 

Posteriormente fue aprobada una ley que tipifica a la prostitución como delito, y van desde multas de 100 a 300 rublos, hasta la reclusión hospitalaria obligatoria en caso de demostrarse que la acusada padece alguna enfermedad venérea. Estas medidas, según reconoce la propia Policía, son insuficientes porque se trata de un delito muy difícil de demostrar. Esta ley no permite distinguir entre una profesional y una chica «normal» que, debido a la generalizada escasez de bienes de consumo, intenta conseguir divisas, cosméticos, lencería o la preciada ropa de moda en Occidente por una de las pocas maneras posibles.

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