Punto final. Miguel Ángel Belloso.


Hasta hace bien poco pensábamos que Keynes había resucitado y que la gran obra de Bismarck podría mantenerse en pie. Keynes es el conspicuo economista que recetó la necesidad del gasto público para mantener engrasada la economía. Bismarck fue el fundador del Estado del Bienestar que la socialdemocracia ha acuñado como su proyecto más genuino. Los dos personajes están hoy debidamente en cuestión. La enorme inyección de gasto público para evitar la depresión ha generado la crisis de la deuda, de modo que la prioridad para los Gobiernos europeos es hoy corregir aceleradamente el déficit y cancelar los planes de estímulo económico. La expansión del Estado del Bienestar durante las últimas décadas ha devenido financieramente insostenible.
España es un buen ejemplo de este cambio radical de estrategia. Los planes E de inversión local, quizá el epítome más rematado del keynesianismo, han alimentado el déficit sin crear un solo puesto de trabajo estable. Zapatero es el presidente europeo que más ha gastado en revitalizar la economía sin éxito: la producción sigue cayendo, el déficit es de los más elevados y la tasa de paro sobrepasa el 20%. Su política social ha conducido al país al borde del colapso. La elevación del salario mínimo ha expulsado del mercado laboral a muchos trabajadores dispuestos a emplearse por menos dinero. El aumento ininterrumpido de las pensiones amenaza de quiebra el sistema. Se ha aprobado una ley de dependencia que exige recursos colosales.
Hasta hace unos días pensábamos que la crisis de las hipotecas subprime, el hundimiento de Lehman Brothers y los planes públicos de rescate de las entidades financieras exigirían como contrapartida una mayor regulación de los mercados y una intervención más decidida de las administraciones. Pero son los mercados los que están obligando a los Gobiernos a corregir sus políticas imponiendo planes de austeridad. Los sindicatos españoles llaman a esto “la dictadura de los mercados”.
En España, esta presunta dictadura ha destruido el proyecto socialista por mucho tiempo. Tragándose sus palabras, Zapatero ha tenido que reducir el sueldo de los funcionarios, congelar las pensiones y castrar la Ley de Dependencia. El próximo paso es la tímida y confusa reforma laboral presentada el pasado 16 de mayo, que provocará una huelga general. Pero las cuentas pendientes del presidente socialista con los mercados son más numerosas. La prima de riesgo de la deuda pública no ha cedido a pesar del ejercicio de travestismo ideológico en pos de la ortodoxia, y los mercados europeos están secos para los bancos y cajas españoles, incluidos los más grandes.
Por eso la apostasía de Zapatero tiene que ser definitiva si quiere de verdad impedir el hundimiento del país y eludir la intervención internacional. El presupuesto para el próximo año tendrá que ser draconiano. El sistema de pensiones deberá ser reformado, ampliando la edad de retiro y extendiendo el periodo de cálculo de la jubilación para reducir finalmente las prestaciones. Y habrá que emplearse a fondo en la reforma de unas entidades financieras que necesitan capitalizarse urgentemente una vez que drenen convenientemente el exceso de oficinas y de personal.
Estamos asistiendo, me parece, a un hecho histórico: el derrumbamiento del socialismo como alternativa política, y de su obra más redonda y nociva, el Estado del Bienestar. El epicentro de este fenómeno se está produciendo en Alemania, que acaba de aprobar un ajuste sacrificial a pesar de que su déficit público apenas rebasará el 5% este año, la economía ha empezado a crecer y mantiene una tasa de paro relativamente baja. El recorte de los subsidios encadenados a los parados de larga duración o la supresión de algunas subvenciones obscenas como las ayudas para gastos de calefacción reflejan el disparate alcanzado por el Estado filantrópico en la patria de Bismarck. Estamos ante una buena noticia. Aunque costará tiempo, y probablemente sangre, sudor y lágrimas, la retirada dolorosa del Estado protector abrirá paso a la responsabilidad individual en el destino de la propia vida, incentivará la puesta en valor de las aptitudes y capacidades personales y promoverá la creación de riqueza.
El Estado afronta hoy una tarea distinta de la sopa boba: estimular la búsqueda de trabajo y promover a los emprendedores y los inversores que lo crean. Para eso habrá que bajar impuestos, liberalizar la economía y suprimir burocracia y regulación. Punto y final al socialismo.

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